Las tres vidas del pintor de la luz by Javier Alandes

Las tres vidas del pintor de la luz by Javier Alandes

autor:Javier Alandes [Alandes, Javier]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788417731236
editor: Editorial Sargantana
publicado: 2019-09-06T13:37:39+00:00


14

Nunca había entrado a un «club de caballeros». A decir verdad, ni siquiera sabía que existiera algo así. Era un concepto importado de Inglaterra, donde era común que los miembros de la alta sociedad tuvieran lugares privados donde reunirse, jugar a las cartas o simplemente leer los diarios del día en un ambiente tranquilo y discreto. Luciano Corsi era comerciante de vino y exportaba principalmente a Gran Bretaña. Gracias a sus continuas visitas, había traído el concepto del gentlemen´s club a Livorno, seguro de que tendría éxito entre los gremios de comerciantes y baja nobleza. Y así fue: ser miembro del club otorgaba cierto estatus desde que lo fundara una década atrás. Corsi, que superaba los sesenta años, era un hábil negociador que provenía de familia humilde. De joven había entrado a trabajar como contable para un exportador de Pisa que tenía oficina en el puerto de Livorno. Cuando los comerciantes italianos veían en el Mediterráneo la salida natural a sus productos, él tuvo la visión de que existía un mercado por explotar en la Europa continental y que el producto que mayor tirón podía tener era el vino de la Toscana. Siguiendo la línea de ferrocarril, podían abrir mercado hacia Suiza, Alemania y Austria. Pero su verdadera visión había sido atravesar en barco el canal de La Mancha para desembarcar su vino en el sur de Inglaterra. Cansados de los vinos franceses, los británicos vieron en el vino italiano una nota exótica para sus fiestas y recepciones. Con el camino abierto, creó su propia empresa exportadora y, años después, sus negocios también eran inmobiliarios y bursátiles, habiéndole convertido en un hombre rico.

Cuando Ancona y Galarreta llegaron al club, les dieron instrucciones de esperar en el hall mientras comunicaban su llegada. Pasados unos minutos, el mismo mayordomo les anunció que el señor Corsi les recibiría de inmediato. Ancona contó a Galarreta, mientras esperaban, que, como fundador del club, Corsi tenía su propia sala de visitas.

—Filippo, qué alegría que vengas a visitarme —se adelantó Corsi hacia ellos cuando entraron en su sala privada—. Y usted debe ser el joven pintor español del que tan bien me ha hablado Filippo. Bienvenido, siéntase en su casa, por favor. —Corsi era un hombre de imponente estatura que, sin estar gordo, poseía un cuerpo ancho y todavía fuerte. Estrechaba la mano con firmeza pero con calidez, dando una imagen de cortesía y cercanía. Vestía a la moda inglesa, con chaleco sobre la camisa blanca, cruzado por la cadena de un reloj de bolsillo—. Siéntense, caballeros, pónganse cómodos —les dijo señalando un sofá.

El despacho de Corsi era un pequeño museo, salpicado de piezas allá donde se mirara. En la pared de detrás de su mesa destacaba un retrato suyo en el que posaba con gravedad con una mano sobre la solapa de su chaqueta y sujetando su reloj de bolsillo en la otra. Sentado sobre un gran sillón con orejas, era el típico cuadro de personas adineradas que quieren demostrar que lo son. Muchas de las otras piezas estaban en urnas de cristal debido a su fragilidad.



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